‘’No es la esperanza de la salvación por la intervención
divina. Es una esperanza activa, la esperanza de que podemos cambiar las cosas,
es un grito de rechazo activo, un grito que apunta al hacer’’
Cambiar el mundo sin tomar el poder
John Holloway (sociólogo y filósofo)
Detenida en
un semáforo y mirando hacia arriba me pregunté si aquello serían pájaros o
hojas volando. El cambio de rojo a verde
y la prisa de los que venían detrás me obligó a seguir adelante y quedarme
con la duda. Pero me hizo pararme a pensar en lo que ahora ocupa mi tiempo y en
las ideas que rebotan en mi cabeza y que espero poder plasmar en estas líneas.
A día de hoy, son muchas las
personas que dedican parte de su tiempo a participar en actividades de tipo
social. Que invierten sus ratos de ocio en colaborar con organizaciones que
trabajan con las que conocernos como personas en riesgo de exclusión social. Un
término que, por sí solo, sería objeto de un extenso análisis y que surge como
consecuencia del sistema inequitativo e injusto en el que nos movemos. Hoy día,
entendemos la solidaridad como un mecanismo de ayuda al débil, un instrumento
para hacer la vida de quienes más sufren menos penosa. Pero no nos paramos a
pensar en por qué viven así. Qué circunstancias llevan a muchos a vivir en la
calle, a comer en cocinas económicas o a ver como los bancos se llevan su único
techo cuando no pueden pagar una hipoteca firmada en términos abusivos. Hablamos
de ‘’desarrollo’’ sin ser conscientes de la enorme carga ideológica de la
palabra. Fue tras caída del muro de Berlín en 1989 cuando empezaron a caer poco
a poco las utopías y a acuñarse términos para explicar la realidad social. Términos
como ‘’países pobres’’, ‘’países de vías de desarrollo’’, ‘’dependencia’’ o ‘’autonomía’’.
El quid de cuestión quizá esté en el prisma desde el que miremos el concepto de
desarrollo. En episodios como el huracán Mitch, que asoló Centroamérica en 1998,
o con campañas como las del Domund vemos el modelo asistencialista en toda su
plenitud. La idea de que los ‘’pobres’’ necesitan cubrir primero sus necesidades
elementales para después ir más arriba en la pirámide. Sobre la base de este
concepto y, de unos años a esta parte, las grandes multinacionales han
irrumpido como agentes de solidaridad. Entablan vínculos de colaboración con
ONG’s en momento puntuales de necesidad derivados de crisis humanitarias o de
catástrofes naturales. Nos vuelven a recordar que la dicotomía norte-sur no es
geográfica, sino ideológica. En este contexto, los ejércitos ven más reforzado
su papel como elementos pacificadores. Olvidando quizás que ningún ejército
trabaja por la paz y pasando por encima del debate aún pendiente sobre la
necesidad de que los países cuenten con unas fuerzas armadas profesionales. La fiesta
nacional del 12 de octubre o el Día de la Mujer Trabajadora sirven como fechas
clave para revalorizar el papel de nuestros soldados en los países en conflicto.
Se les ensalza y se les condecora cuando fallecen en acto de servicio (algo que
no se verá cuestionado en estas líneas porque parto del respeto asumiendo el riesgo
que corren). Pero no se nos anima a pensar como ciudadanos, a reflexionar como
agentes críticos sobre las razones que les han llevado a Haití, a Afganistán o a
Líbano. Quizá porque si incidimos ahí se desmontaría todo el ideario sobre el
que se sustenta nuestro sistema. De alguna forma, vemos frenada la pretensión de
luchar contra el actual modelo social, capitalista, individualista y consumista,
apoyando nuevos procesos de socialización, de economía y de consumo. El modelo desarrollista
que empezó a gestarse en la década de los ‘70 partía de la idea de que el desarrollo
iba aparejado fundamentalmente al crecimiento económico. Insistía en generar pena
y compasión por una determinada situación, consecuencia de algo que no nos planteábamos
cambiar. Sin promover, por lo tanto, un cambio de conducta y partiendo de la base
de que el Estado debía garantizar que hubiese libre mercado. Más allá de este modelo desarrollista, el de la
dependencia nos habla de la dicotomía centro-periferia. Por eso, más allá de estos
dos modelos, la educación para el desarrollo propone pasar de la descripción de
situaciones de pobreza al análisis sobre las causas y consecuencias.
En este
contexto de solidaridad anclada en nuestro modelo de desarrollo neoliberal
destacan, por ejemplo, los dueños de los grandes imperios empresariales y
multinacionales que dedican parte de sus ingentes fortunas a actividades de
tipo social. Para que comprar un ordenador o tener la hipoteca en determinado
banco haga más light el consumo y se
mimetice con nuestro modelo de desarrollo. Un ejemplo: Repsol y su presencia en
Colombia. La mayoría de sus operaciones se han llevado a cabo en el
departamento de Arauca. Después de más de veinte años de explotación de los recursos
naturales, la zona ha sido testigo de las consecuencias que la presencia de la
petrolera española ha tenido sobre el medio ambiente, los pueblos indígenas y
los derechos humanos. De hecho, en estas dos décadas han ido apareciendo preocupantes
coincidencias entre la entrada de la empresa y la aparición de grupos
paramilitares en territorios indígenas, cuyos habitantes finalmente se ven
forzados a abandonar sus tierras. Sin embargo, parece que quieren instalar una cortina de humo
y, a veces, cuando íbamos a una gasolinera de Repsol, nos encontrábamos con un
cartel en el que rezaba que el 0’7% de lo que pagábamos por la gasolina iba a
parar a proyectos de cooperación al desarrollo. ¿Doble moral o contradicción inevitable
a tenor del sistema en el que nos movemos? ¿Puede existir en el mundo de las
organizaciones no gubernamentales cierto grado de autocensura, miedo a
denunciar de forma abierta determinadas situaciones? ¿Por qué ACNUR llegó a
sortear un viaje a un campo de refugiados de Guinea Bissau entre sus nuevos
socios? ¿Por qué la agencia de la ONU para los refugiados se prestó a convertir
la miseria humana en espectáculo, a transformarlo en escaparate en un viaje exprés
de un fin de semana? A poco que busquemos, podemos encontrar más ejemplos de la
importancia de coordinar fin y medios de una forma coherente y responsable. En 2004,
Barcelona acogió el Fórum Universal de las Culturas. Lo que pretendía ser un
foco de intercambio cultural se vio acompañado por redadas nocturnas en la
ciudad condal para “quitar del medio” a los inmigrantes que dormían en calle. De
puertas para dentro, demostraciones de danzas tribales y gastronomías exóticas.
Fuera de este universo creado para los meses de verano, una realidad opuesta y
contradictoria. Dentro además, bastantes empresas patrocinadoras con intereses
económicos en la industria armamentística y prácticas de dudosa legitimidad y
más que cuestionable ética. La interculturalidad hecha espectáculo.
Otro concepto que entraría aquí en juego
es el de educación para el desarrollo, algo que debería ir desde lo personal a lo
global. Es decir, muchas veces, para ser solidarios no hace falta mirar mucho más
allá de la calle de enfrente. A priori, podemos analizar nuestra concepción de mundo,
las relaciones sociales y, a partir de ahí, plantearnos cómo podemos contribuir
no a hacerlo justo, sino un poco menos inequitativo. Creo que coincidimos en que
la idea de que la solidaridad es algo más que aportaciones económicas ya está asumida.
Donde quizá pueda haber discrepancias es en la forma de articular esta solidaridad.
Eduardo Galeano, escritor y periodista uruguayo, dice que ‘’la utopía está en el horizonte’’ y que ‘’sirve para caminar”. Seguramente Galeano propone caminar hacia un desarrollo
humano y sostenible para huir del que hoy nos domina. Una concepción que sitúa al
ser humano en el centro y que propugna la importancia de la sensibilización en el
llamado primer mundo hacia lo que ocurre en el sur. No un sur geográfico, sino un
sur sociológico. Hoy en día, cooperación y educación para el desarrollo se funden
para superar una concepción obsoleta que partía de relaciones asimétricas y paternalistas.
Del “yo te voy a ayudar porque tú no sabes” o del clásico de “no le des el pez,
enséñale a pescar’’. Muchas veces miramos hacia abajo sin ser conscientes de que
compartimos inquietudes y que, en muchos casos, las pequeñas experiencias se hacen
importantes porque nutren a otras.
Estupendo post. No es necesario volar alto para practicar la solidaridad. No son necesarias frases grandilocuentes. No son necesarios idearios. No son necesarias definiciones. Solo se necesita algo tan simple como una persona dispuesta a ayudar a otra mas desfavorecida.
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